Estaba preparando un tema sobre la felicidad genuina que he incluido en el curso que imparto para profesores de la Universidad de Granada. Y pensando qué actividades proponerles, me ha surgido la siguiente reflexión.
Como psicóloga clínica, llevo muchos años trabajando con las personas en momentos difíciles de sus vidas y con sus emociones «negativas«, acordes a sus circunstancias. Vengo observando, con cierta perplejidad, el auge del imperativo social de ser felices. Nuestra cultura se ha impregnado hasta la médula de esta aspiración y la búsqueda de la felicidad se está convirtiendo en una especie de enfermedad angustiosa y en obsesión.
No hay nada más que echar un vistazo a las redes sociales, el cine, la literatura, a la cantidad de artículos y libros de autoayuda sobre la felicidad para darnos cuenta de esta pandemia. Las personas que fracasan y no consiguen serlo, están siendo estigmatizadas y apartadas como agentes tóxicos que pueden contaminarnos y contagiarnos.
La cultura actual del positivismo ingenuo concibe la felicidad como una cuestión meramente de actitud, de técnicas y promueve el individualismo a ultranza. Está abocándonos a una sociedad de personas cada vez más solitarias que creen que su infelicidad debe ser producto de algún fallo propio de su carácter que los impulsa a pensar de manera negativa, o que carecen de la voluntad suficiente para cambiar sus hábitos, emociones y comportamientos, o que son incapaces de tener la flexibilidad suficiente para adaptarse o sobreponerse a la adversidad.
No es de extrañar que la depresión y los suicidios (10 cada día en España, 2’5 por hora) vayan aumentando. En este punto, quizá tengamos que asumir que no siempre y en todas las circunstancias podemos ser felices. Que la felicidad no es una cuestión solo individual. Que los seres humanos estamos en una relación de interdependencia entre nosotros y con nuestras circunstancias. Que las condiciones sociales, culturales y medioambientales también nos influyen.
Apoyándonos en ese deseo común que nos empuja a buscar el bienestar y la felicidad, puede que se trate más bien, de asumir que no se puede conseguir todo con esfuerzo, que la vida es imperfecta e imprevisible, que dependemos unos de otros y de las circunstancias que nos rodean, y enfocarnos en desarrollar valores como el altruismo, la solidaridad, la compasión para lograr el bien común, apoyándonos unos a otros, sobre todo, en los momentos de alta vulnerabilidad.
Carmen Verdejo.