Sobre meditación y mindfulness, con ojos de aprendiz
“Experimentar la naturaleza ilimitada de la mente cuando cesa de estar dominada por su usual parloteo mental”, es la forma en que David Fontana se refiere a la “meditación”, en “Aprender a meditar” (Fontana, 1999).
Es, en otras palabras, la contemplación ecuánime, serena, amorosa y compasiva de la mente sin juicios y sin identificación alguna con todo aquello que sucede dentro y fuera. Es la actitud para iniciar un camino de contemplación y observación de una mente que es, en esencia, tranquila y serena, cuando no se deja llevar por las tempestades de deseos y ansiedades; expectativas y miedos; anhelos y frustraciones; pensamientos que van y vienen en un continuo y fluido parloteo mental; o que se suceden, como me gusta llamarlas, en animadas “conversaciones en la azotea”.
Meditar es trazar un mapa del mundo interior. Un viaje, por el que van cayendo velos y capas mentales, y que nos sitúa en el punto de partida para comenzar a apreciar y observar las estampas y los subterfugios egoicos mentales. Desde las más visibles, hasta las más recónditas y genuinas, esencia de nuestra naturaleza. Es, en resumen, un viaje desde el “autoconocimiento de nuestros aspectos más personales, contingentes y superficiales, hacia una mirada contemplativa”, que nos conduce a una mayor libertad que radica en la desidentificación de todo aquello que creo ser y no soy. Un camino que no aspira a alcanzar un estado del que carezcamos o impostar algo que no tenemos. Se trata, sencillamente, de dejar fluir ese estado libre, esencial y natural que siempre ha estado y está ahí.
Y cuando, en palabras de Rigdzin Shikpo, te sientas y empiezas a pensar “¡Ajá! Por fin lo he logrado. Se trataba de esto…” Vuelta a empezar, porque no. La meditación no va de eso. No va de aferrarse a una experiencia, a una sensación o a un momento. Ni de pensar intensamente sobre algo sobre la almohada o fuera de ella. Ni de dejar la mente en blanco. Ni una técnica para relajarse. Ni ayahuasca ni una fórmula para entrar en trance. Ni un hallazgo de lo esotérico y paranormal. Ni una ciencia exacta, ni una forma de huir de la realidad… Ni una práctica asociada a religión y confesión alguna. No. La meditación no va de eso. Es belleza en estado puro, un ejercicio y un estado de conciencia que se desvela con la propia práctica, que requiere actitud y actitudes.
Mindfulness y el valor de la atención plena
Para Jon Kabat-Zinn, autor del programa MBSR, Mindfulness consiste en enfocar deliberadamente la atención en la experiencia de cada momento sin dejarse llevar por juicios, expectativas o ideas preconcebidas” (Kabat-Zinn, 2005).
En Mindfulness o “atención plena”, y que representa, si acaso, una actitud ante la vida, la meditación se emplea como práctica formal, en tiempo y lugar concretos, para pararse y prestar atención a lo que sucede en nuestros mundos interno y externo, justo en el momento presente. Aquí y ahora. Y volver a habitar el cuerpo; la gestión consciente de las emociones; la comprensión de la mente y el cultivo de la compasión y la autocompasión.
Raquel Paiz. Con ojos de aprendiz