No tengo tiempo. Y menos para estas cosas. Es una pérdida de tiempo. No puedo dejar la mente en blanco… La meditación no es para mí. No puedo dejar de pensar. Con la cantidad de cosas que tengo que hacer y yo aquí sentada… viéndolas pasar.
Cuántos pretextos armé para evitar enfrentarme al momento presente. Al único que existe, por cierto… Que ayer ya pasó. Y mañana aún no ha llegado…
Todos, excusas perfectas, evitando hallarme en el único momento y en el único lugar que existe. Aquí y ahora. Cuántos argumentos para seguir dando rienda suelta al incesante parloteo en la cabeza que va de acá para allá, confortablemente de ayer a mañana, sin detenerme por un momento a apreciar el instante presente. Y que, como buen presente, es siempre un regalo.
Cuántas lecturas, cuántas series, cuántas películas, cuántas llamadas y cuánta necesidad de evitar sentarme conmigo a solas. Cuánto ruido y cuánta necesidad de hacer… De hacer por hacer. De hablar por hablar. De leer por leer. De mirar la pantalla de la tele, por mirar. Y de hablar sin escuchar… Y siempre, bajo los dictados de la mente, enseñada y adiestrada para hacer más y más… Y para competir para tener más y ser mejor. Y para sentirme parte de lo socialmente estandarizado y aceptado. Para no sentir el rechazo de esta sociedad frenética, donde es casi imposible no sentirse tentado por las modas… que son, por cierto, lo único que pasa de moda.
Cuánto tiempo sin tiempo para limitarme sencillamente a ser y a estar. Y a apreciar esa felicidad, que se escribe con fe, y que es el alma de las pequeñas grandes cosas. Apreciar, con gratitud, cada nuevo día y sus infinitas oportunidades. Apreciar el tiempo que naturalmente ha de pasar y la sutil rendición de cada día, al caer la noche. Apreciar las enseñanzas que me ofrecen las personas que comparten generosamente su tiempo conmigo, y a las que, con dos oídos y una sola boca, escucho con atención y presencia, acallando el parloteo de mi mente, ávido por ofrecer respuestas… Apreciar la quietud y el silencio. Y la compasión y el perdón. Y la aceptación de lo que ofrece la vida, sin paños calientes, sin apego al placer ni huida despavorida del dolor. Gentil y amablemente, ante mis propios pensamientos, sentimientos y emociones, tan fugaces como ese tiempo que parece estar pasando ante mí, mientras me enredo creyendo ser todo lo que oigo, todo lo que pienso, todo lo que siento y toda yo, mi emoción…
Hoy, solo hoy… con ojos de aprendiz, paso mis días con presencia, amabilidad y respeto. En coherencia con mis valores. Hoy, solo hoy, he dejado de huir de la persona más importante de mi vida y que soy yo misma. Vivo cada día como una cita con el ser amado, y me escucho y me cuido y me honro. Y trato de hablarme con amabilidad y presencia, aceptando hoy que no son mis «defectos de carácter», defectos sin más. Los reinterpreto y los aprecio, y siempre con ojos de aprendiz, abandono la rabieta y empiezo a valorar la oportunidad de emprender un camino de mejora hacia el bienestar y la calma. A sabiendas de que cada día conmigo, será una cita con quien, seguro, amaneceré y dormiré cada día hasta el último.
Antes, cuando no tenía tiempo y encontraba siempre una excusa perfecta para no vivir la vida con esa presencia que, sí o sí, he ganado con esta nueva actitud mindfulness, (sobre)vivía, de alguna forma, ajena; y, siempre, al compás marcado por la sociedad que impone un ritmo que quiere más y más… (Sobre) vivía ausente, en modo reactivo y generalmente con el piloto automático…
Pero ayer… ayer ya pasó. Hoy es cuanto tengo. Solo hoy… Y hoy me afano, haciendo mía la frase de Charles Bukowski, en tratar de recordar -que significa ‘volver a pasar por el corazón’- quién era, antes de la que el mundo me dijera quién debía ser y en qué debía convertirme.
Raquel Paiz. Con ojos de aprendiz